Leyendas que rodean a nuestras bellas flores nacionales
De norte a sur son diversas las leyendas que tratan de explicar los diversos origenes de fenomenos, tradiciones y hasta animales que son parte de nuestro diario vivir. Dentro de las diferentes historias que se han transmitido por años de forma oral, algunas de las más interesantes y también tristes son las que rodean a tres hermosas flores nativas de nuestro territorio, la Añañuca, el Copihue y el Calafate.
Se dice que en Monte Patria vivía una joven y bella mujer indígena de nombre Añañuca, la cual se enamoró perdidamente de un minero que se encontraba en la región buscando una mina que le traería mucha fortuna.
A pesar de sus distintos orígenes, los jóvenes decidieron mantenerse juntos y contraer matrimonio. Vivieron felices por mucho tiempo, hasta que el hombre soñó con aquella mina que inicialmente lo había traido. Decidió salir en busca de este tesoro, sin decirle a nadie sobre sus planes, ni siquiera a su esposa; causando gran angustia en la joven.
Luego de esperar por mucho tiempo se corrió la voz de que el hombre había fallecido en la pampa, causando que Añañuca perdiera toda la esperanza de volver a ver a su gran amor. Fue tanto el dolor de la joven que al poco tiempo murió. Sus vecinos decidieron enterrarla en el valle; el cual, después de un día lluvioso, se llenó de bellas flores de color rojo las cuales fueron bautizadas con el nombre de Añañuca.
Muchos años atrás, cuando Pehuenches y Mapuches convivían en la tierra de Arauco, una princesa mapuche de nombre Hues se enamoró de un príncipe pehuenche llamado Copih. A pesar del gran cariño que sentía el uno por el otro, no podían vivir su amor de forma tranquila y pública, ya que las tribus de ambos se encontraban en disputa desde hace varios años.
Un día los padres, y jefes de tribu, de cada uno de los jóvenes decidieron seguirlos ya que sospechaban que irían a encontrarse. Cada uno los siguió por separado hasta una laguna, donde los jóvenes se reunían. Cuando Nahuel, el padre de la joven, vió esto tomó su lanza y la apuntó hacia el joven, clavandola directamente en su corazón. Luego, el padre del joven de nombre Copiñiel, decidió hacer lo mismo con la joven mapuche, ambos cayendo sobre las aguas de la laguna.
Luego de un año, ambas tribus decidieron reunirse en este lugar con el propósito de superar sus conflictos y recordar a sus fallecidos. Fue en este instante cuando una enredadera emergió del lago, de la cual colgaban dos flores alargadas, una roja como la sangre y otra blanca como la nieve. La flor fue bautizada como Copihue, en honor a los jóvenes enamorados.
Dice la leyenda que todo aquel que pruebe el Calafate, volverá a las tierras australes de nuestro país. Esta creencia debe sus orígenes y su nombre a la hija de un jefe Aonikenk, Calafate, quien poseía unos singulares y bellos ojos de color dorado.
Un día un joven Selk’nam que iba pasando por sus tierras la vio y ambos se enamoraron inmediatamente, ya que para el joven fue imposible resistirse a la belleza de sus ojos. Sabiendo que sus tribus no permitirían esta unión, hicieron planes de fugarse para poder estar juntos. Desafortunadamente el jefe Aonikenk se enteró de este plan y concluyó que un espíritu maligno llamado Gualicho se había apoderado de su hija.
El jefe fue en busca del Shaman de la tribu para impedir su escape, quien decidió convertir a la bella joven en un arbusto, para que así nunca pudiera escapar. Es así, como en cada primavera, el arbusto del calafate comenzó a cubrirse de unas bellas flores amarillas, como los mismos ojos de la joven.
El joven enamorado buscó por mucho tiempo a su amada, pero al aceptar que nunca más la volvería a ver murió de pena. La Shaman, al ver al joven muerto, se siento culpable por el daño causado e hizo que las flores del Calafate, al momento de caer, desprendieran un dulce fruto de color púrpura, como representación del corazón de la joven.
Por eso que todo aquel que come la fruta, se sentirá atraído hacía el Calafate, al igual que el joven Selk’nam.